El Unicornio y el León

Sassi OchoaInteligencia emocional Leave a Comment

«Érase una vez… un unicornio y un león se miraron. Se reconocieron. Y se amaron como sólo lo hacen las almas que se presienten.»

En algún rincón atemporal y utópico del universo, un unicornio y un león se miraron, se reconocieron… y se hicieron amantes.
No fue una mirada cualquiera, ni un amor cualquiera: fue de esos que suspenden el tiempo, que abren posibilidades… incluso portales. El unicornio sentía que su vida cobraba sentido al encontrar al león.

Nadie supo cómo ni por qué ocurrió. Solo ellos supieron que, por un instante eterno, la fantasía y la realidad se tocaron.

El Mágico Mundo del Unicornio

El unicornio vivía lejos, en los confines de un reino reservado para los que no pertenecen del todo a la realidad. Amaba su libertad, exploraba horizontes lejanos, se perdía en la etérea profundidad de su sentir y su soledad. Disfrutaba del fluir, de sus aventuras y de vínculos auténticos. A veces, soñaba con conocer a alguien del mundo terrenal.

El león, en cambio, habitaba la misma pradera desde hacía décadas. Profundizaba en su mente, dominaba sus rutas, sabía cómo protegerse y solo tomaba riesgos calculados. El unicornio vivía en el cielo, en la libertad de lo invisible. El león, en la tierra, entre certezas y raíces profundas. Eran distintos… pero se eligieron. Así de distantes eran. Y sin embargo, se enamoraron.

Se amaron con la intensidad de quienes no se entienden, pero se presienten. Con la fuerza de quienes no se conocen, pero se reconocen. Lo suyo era magnético, irracional, una danza que desafiaba la lógica y rompía las leyes de la naturaleza.
Se amaron como se aman los que no tienen mapa, pero llevan fuego en el pecho. Se amaron con la honestidad ingenua de los niños. Eran completamente distintos… y perfectamente complementarios.

Durante un tiempo, intentaron sostener el milagro. El león cruzaba grandes distancias para encontrarse con su unicornio, que lo recibía con ansias, ternura y devoción. Lo guiaba por paisajes mágicos, hacía de cada encuentro algo inolvidable y, en secreto, anhelaba que un día no regresara a su reino… que se quedara. Y así, mientras el tiempo se congelaba para ellos, se abrazaban en ese límite difuso donde la tierra roza el cielo.

El amor del unicornio por el león era inquebrantable, a pesar de sus diferencias.

Pero ningún abrazo fue lo suficientemente largo para el unicornio. Cada despedida le pesaba más.

Hasta que un día, la pregunta inevitable llegó:
—¿Cuándo te vas a quedar definitivamente?

El silencio del león dolió más que cualquier respuesta. Porque para estar juntos, uno de los dos tendría que dejar de ser. Y eso, en el fondo, no es amor. Es renuncia disfrazada de sacrificio. Es perderse por no perder al otro.

La pregunta desató incomodidad, presión, roces… y luego, distancia. Ya no era la geografía lo que los separaba, sino los silencios. El unicornio, cada vez más caprichoso y ansioso, empezó a exigir certezas. El león, protector de su estabilidad, no estaba listo para soltar su mundo.
El unicornio, entonces, se dio cuenta de que en realidad no conocía del todo a su león: ignoraba su entorno, su manada, sus miedos, sus verdaderos sueños. Tal vez solo había proyectado una versión idealizada de él.

El amor del unicornio por el león era inquebrantable, a pesar de sus diferencias. El unicornio siempre anhelaba la conexión y el entendimiento que solo un amor verdadero puede ofrecer.

Entonces comprendió que amarse no siempre significa quedarse. Que el amor —ese que nos enseñaron como conquista y permanencia— a veces también se expresa con la honestidad de decir: “Te amo, pero no sé vivir en tu mundo sin morir en el mío.”

Un unicornio y un león pueden enamorarse, sí…
Pero ¿Dónde vivirán? ¿Dónde construirán su hogar?
El león no entiende el corazón del unicornio, y el unicornio no comprende la mente del león.

El dolor de la separación causó una transformación profunda. El unicornio sintió cómo su luz se apagaba, cómo su mundo se desmoronaba. Y entonces decidió irse… con su último aliento voló hasta el rincón más lejano del universo para sanar, para recordar quién era, para recuperar su poder.

Y fue ahí, en lo más inesperado, donde se reencontró con el león.
¿Una ironía del destino o un plan perfecto del Universo? Así tenía que ser.

El león parecía estar bien…era experto en lucir bien. El unicornio, en cambio, opaco y sin su brillo habitual, pero auténtico. Tristemente, se miraron de nuevo. El portal seguía abierto, pero esta vez ninguno se atrevía a cruzarlo. Tal vez el unicornio, fiel a su impulso, intentó lanzarse otra vez a la nube de la fantasía, pero al no ser correspondido… se alejó.

Eventualmente, el unicornio sanó. Recuperó su luz, su magia, y decidió adoptar forma humana: una mujer con alma de amazona, sabia y valiente, joven y ancestral, guardiana de los animales, las plantas, los minerales… protectora de la humanidad. Una mujer de alma libre e indomable.
El león sigue en su pradera. Brilla a su manera. Camina a su ritmo.
Y quizás, solo quizás, aún extraña a su unicornio.

Cuentan que no volvieron a estar juntos.
No hubo final feliz. Pero sí un amor real. Porque a veces, amar bien… también es saber soltar. Pero mientras duró… fue lo más hermoso que vivieron bajo este cielo.

Hay relaciones imposibles, no por falta de amor, sino por ausencia de suelo común.

El amor no siempre basta para sostener lo que empieza. Amar de verdad requiere más que deseo: exige consciencia, compromiso, honestidad, respeto, madurez… y compatibilidad.

Si deseas SER, elige con quién SER.
No se trata solo de amar, sino de amar de una forma que no te devore. Que no te haga renunciar a tu esencia, ni mendigar afecto.

Nos enseñaron que el amor más intenso es el más verdadero. Que cuánto más duele, más real es.
Y así, confundimos intensidad con profundidad. Urgencia con vínculo. Apego con amor.

Pero el verdadero amor —el bueno— nace de la abundancia, no de la carencia. No busca completarte, sino compartir lo que ya eres.

El mal amor es ciego porque no quiere ver. Es inconsciente, reactivo, inflamado. Nace del hambre emocional y del eco de nuestras heridas.
El buen amor ve con claridad. Escucha con el alma. Habita con valentía.

-Diego Medina

🦄 🦁¿Has vivido un amor así? Cuéntamelo en los comentarios.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *